Yo soy ellos, estoy en ellos. El
mismo miedo, la misma ingenuidad, los mismos crímenes…
Yo estoy en la piel cuarteada del
anciano que tuvo una vida de guerrero; que luchó y se partió el pecho por los
suyos, y ahora siente la soledad más cruda y helada.
Soy los pies del refugiado, del
peregrino a quien se le arrebató de cuajo el mañana, sin preguntar; perdiendo
sin siquiera apostar.
Estoy en las venas del yonki que sólo encuentra desprecio en
las aceras, que trató de escapar de un mundo vacío y falso, y sucumbió a la
rabia y la incomprensión.
Soy las heridas de la mujer
maltratada que calla por vergüenza; que se pregunta frente al espejo por qué ella, sintiéndose culpable y
atrapada al mismo tiempo.
Estoy en las piernas de la puta
de la esquina que soñó de niña ser princesa; atravesada por la mirada más sucia
del hombre, soporta con repugnancia babas que laceran la piel mientras imagina
un mundo lejos de aquí.
Soy la espalda del pequeño que
sufre el acoso de los inseguros, donde la superioridad se confunde con la
humillación. Ese niño que acaba despreciándose y admirando a otro, ahogando su
confianza en las risas del silencio.
Soy las manos impulsivas y temblorosas
del chico que descubre el amor en otro chico, pero reprime sus sentimientos
callando su corazón por miedo a deshonrar o traicionar a un padre.
Estoy en la ausencia de la que se
sabe engañada y se abraza a la almohada enjugando sus lágrimas. Él, embriagado
de aire fresco, busca sentir aquello de nuevo; y ella, aún enamorada, sufre sintiéndose
cobarde, incapaz de perderle.
Soy la duda del sacerdote
conmovido que renuncia a sí mismo por un mensaje de amor, en un mundo donde esa
palabra parece tan extraña, tan irreal. Y ese tormento, esa angustia interior
dará sentido a su fe.
Estoy en la mirada de todos
aquellos que llaman menos-válidos,
porque sin poder pestañear y sin necesidad de discursos, son los únicos capaces
de transmitir una sinceridad hermosamente desgarradora.
Soy el rostro congelado y sucio
del príncipe vagabundo, abatido en su palacio de cartón, intentando rescatar
recuerdos de un pasado confuso. ¿Quién
fui? ¿Qué fue de ella? ¿Alguien me recordará? Preguntas que desaparecen
tras la neblina que cierra sus ojos.
Por todos Ellos, yo existo.
Olvidadles… y yo habré muerto.
SANTIAGO DE HEVIA
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