viernes, 16 de diciembre de 2011

Las páginas arrancadas de mi diario




Fueron días de esos en los que te da por levantarte temprano un domingo, con fuerza y dispuesto a todo, esos días en los que tu boca se vuelve pequeña porque tienes ganas de soplar e hinchar globos que no escapen al cielo, y esos en los que nada mas salir de casa, lanzas un guiño al espejo. Te controlas para no ponerte a bailar solo o con algún desconocido en medio de la calle, pero sientes como tu cuerpo te pide abrazar y tus labios besar a alguien, sea quien sea. Caminas como si el suelo fuese el mismo infierno, rápido, etéreo, tratando a cada paso de echar a volar. Te preguntas si la gente sabe que sonríes, pero aunque trates de evitarlo es algo evidente. Y tal vez pases de casualidad por lugares en los que se quedó grabado el recuerdo de los dos, pero sólo de casualidad, y allí acaricies el lomo de la imaginación para que trote por la senda de los momentos. Como un guerrero dispuesto a rescatar el olvido.

Fueron días de esos en los que quizá el destino nos encuentre, lloverán paraguas, y mis manos escucharán la música de tu cuerpo y de tu alma. Crecer es algo poético, me dices al oído, y me matas con un beso perdido y sin dueño. Sólo espero encontrar tus ojos en una taza de café, y seré feliz para siempre.  Por fin, rasgaremos las cortinas que nos impedían ver amanecer, donde contemplamos que la belleza es hermosa, pero aun lo puede ser mas lo cotidiano y lo natural. Pues acaso ¿puedo hallar mayor ternura que al verte despeinada despertar? Yo creo que no.  Y en esos días resultaba fácil respirar, resultaba fácil encontrar el motivo para hacerlo, me henchía de sueños en los que te asombraba con alguna sorpresa. Trataba de ser el mejor, como un sol que deslumbrase, y pude llegar a ver una mejor versión de mi mismo. Pero sin ti, el motivo para brillar se pierde como un lazarillo sin ciego, mientras marchita el pintalabios de tus labios.

Fueron días de esos en los que viendo tus huellas desteñidas por el viento, te abrasa una bola de fuego la garganta, sientes el recuerdo de su mano y tus ojos naufragan en su llanto. Donde tu pecho es azotado por una extraña sensación al escuchar su nombre y tus labios tiritan con tan sólo pronunciarlo. Que dulce pensamiento, que amarga realidad. Me duermo en el olor de tu bufanda, guardando en los cajones de mi pensamiento cada atisbo que me pueda recordar a ti. No desvanezcas de mis sueños, no aparezcas en mi realidad, pues olvidarte es mi nuevo destino y eso es algo que suelo olvidar.        

Puede quizá que fueran esos días, las páginas arrancadas de mi diario, los más hermosos de mi vida.    



SANTIAGO DE HEVIA

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