miércoles, 12 de octubre de 2011

El Tiempo....

De dónde puedo robarte?...
desde que no te veo se resecaron mis pinceles, se cuartearon mis hojas de papel,
y mi pluma se marchitó como rosa en el desierto. Dame un minuto para poder
recordar quien era, para poder organizar las hojas de mi carpeta de sueños y continuar
leyendo nuestra historia. Y digo nuestra porque siempre estás presente, aunque nos hagamos la vida imposible. Sé que no es nada personal, pero no puedes tacharme como enemigo sin más, sólo porque no quiera llevarte conmigo allá donde vaya. Puede que en el fondo todos llevemos ese James Garfio que no soporta escuchar las manecillas que haces correr. Si salgo a la calle, me doy cuenta de la presión que ejerces sobre los hombres del maletín de piel, esos mismos que hace no muchos años jugaban a la máquina de bolas o a lanzar piedras a los cristales de la vieja casa abandonada. Por eso te respeto, y seguidamente te temo. No quiero despertar un día y ver una mañana mi sombra vestida con un elegante traje gris y un maletín de piel en la mano, corriendo porque son las 08:05 y el bus está a punto de pasar. No te equivoques, no soy de los que piensa que el hábito hace al monje. El hábito muestra lo que quieres hacer creer que eres, son nuestros actos los que realmente nos definen. No tengo temor del atuendo con el que un día pueda ver mi sombra, sino de la perspectiva y la sobre valorada importancia que te pueda dar. La vida es un billete de ida y vuelta, y tal vez decida perder el tren y no regresar, pero sólo tal vez.
Una noche caminando por una ciudad desconocida, un hombre negro que tocaba la batería con cacerolas y sartenes, me susurró:
- “La felicidad se halla en no conocer el término semana.”
Como podéis imaginar no supe a que se refería, estuve dándole vueltas pero sin llegar a ninguna conclusión. A la noche siguiente me lo encontré en la misma estación de metro de la misma ciudad desconocida, le pregunté qué era aquello tan terrible que albergaba en la palabra semana que impedía hallar la felicidad. Él con una sonrisa deslumbrante, me miró fijamente y me preguntó:
-“¿Un día cuantas horas tiene?”
- 24. Respondí.
- Error. Replicó con la sonrisa todavía en el rostro.  
Inmediatamente pensé que el pobre hombre puede que estuviese algo loco, le eché unas monedas sueltas que llevaba en el bolsillo, y me fui alejando por las escaleras del alma con el ruido de vagones cruzar sobre los hombros. De pronto sin saber cómo, comprendí que un día tiene las horas que nosotros queramos darle, que nosotros queramos aprovechar, que una semana pone principio y fin a nuestra manera de vivir, que no podemos vivir esperando a que lleguen esos números rojos del calendario, sino que cada uno debe ser único y vivirlo como tal. Me di la vuelta para darle las gracias al buen hombre, pero había desaparecido dejando sus improvisados instrumentos en el suelo. Al instante comprendí que no es que hubiese tenido una visión, iluminación o algo parecido, sino que un tren se alejaba camino de otra estación sin nombre en la ciudad desconocida.


Para todos aquellos que esperan esos números en rojo de su calendario, para que lo pinten y no esperen a que llegue otro día para hacer algo que desean hacer. 24horas son suficientes para realmente hacer algo increíble.




SANTIAGO DE HEVIA

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