viernes, 6 de enero de 2012

el andén de la resignación



Llevo toda mi vida esperando que pase el tren de las 7 y 10, con mi gabardina gris, mis zapatos embetunados, mi paraguas y mi maletín, para ir a alguna parte lejos de aquí. Me acompaña el olor a piedra mojada, una vía infinita que se pierde mas allá de la estación de la esperanza, y las ganas de vivir. Cada día, es como otro cualquiera, parece que va a llover pero no lo hace, un señor que esconde sus diminutos ojos tras sus gafas de oro, lee un periódico cualquiera, un joven tose cuatro veces y se rasca el gemelo con el pie, y una madre pone bien el gorro de su hija, a la que agarra con firmeza de la mano. Yo, como todas estas personas desconocidas para mi, a pesar de consumirnos juntos por el tiempo en la estación, espero el momento, el mejor momento, y me canso de esperar, me canso de intentar olvidar, y me canso de mi mismo. Quiero escapar, dejar atrás todas esas cartas cargadas de mentiras, esas batallas perdidas, esos imposibles que sacaron de mi, esa persona cauta e insegura a la que tanto desprecio. Amo la vida y quiero vivirla, pero no vivo. Me limito a esperar a que llegue el mejor momento, esa voz por megafonía que un buen día diga… “pasajeros al tren”. 

Mis deseos se esconden en los bolsillos de la solterona Mañana, la misma que regala en la barra de aquel bar con nombre de río, promesas sin antídoto ni remedio. Y me despierto en su cama, sin tener mas presente que mañana, ni mas futuro que ahora. Me aburro de volver a la estación cada día con los mismos zapatos nuevos de siempre de suela por gastar, y me hallo aquí queriendo dejar estela y recuerdo, pero no es el temor a lo desconocido lo que me vence y retiene, si no una envenenada comodidad disfrazada de obligaciones que terminará por enjaular el alma tras barrotes de miel y caramelo. Quizás excesivamente dulce y empalagoso que por ello trato no quedarme atrapado como si fuese mosca veraniega de un solo vuelo.  Mientras espero en la estación puedo entretenerme y hago infinidad de cosas, leer un libro sin portada, morderme las uñas con preocupación, y dibujar en la pared sombras enamoradas de la luz. Pero lo cierto, es que lo único que hago es esperar, esperar el momento al que llamo “oportunidad” para hacer lo que realmente quiero hacer. Regaron mis plantas con aguas de espejismos, esperanzas que flotaban en el interior de una botella de chivas a la deriva, (robadas por un americano crecido en Arkansas), de la que brotaron raíces que impiden echar a andar. 

Hoy se sabe todo y no se encuentra nada, bendita sea la curiosidad. Como decía mi compañero de viajes en coche de la infancia, “decir espera es un crimen, decir mañana es igual que matar” pues no se puede coger una perla mirando el mar. Crecemos en una carrera que nos ha sido impuesta, sacar buenas notas en el colegio, terminar por año la universidad, lograr un empleo digno, y casi sin darnos cuenta nos despertamos en nuestra misa de réquiem. Y en nuestra nueva cama de pino, entonces podremos permitirnos el lujo de parar a pensar. Pensaré que todo fue demasiado rápido, tenía tantas y tantas cosas que hacer, creyendo que disponía de tiempo de sobra que apenas pude conocerme. Tenemos tantas metas, tantas distracciones, vivimos tan deprisa que no sabemos realmente ni quienes somos. Quizá demasiado tiempo para cosas que no llenarán nuestro vacío, y nos escudamos con el pretexto de vivir demasiado ocupados para ser esas personas que realmente queremos ser, de estar demasiado asustados para subir a bordo y no dejar escapar de nuevo el tren. Mientras tanto, aquí estaremos en este andén hasta que la valentía nos gane resignándonos a vivir. 

Ojalá la cobardía pida baja por depresión…

“si quieres algo en la vida… ve a por ello” 

Mañana espero que no me esperes…

Mañana espero no encontrarte en el andén de la resignación.




SANTIAGO DE HEVIA

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