sábado, 3 de marzo de 2012

"Saehore"




Los Wuövarn son una tribu que vive en una pequeña isla cerca de las costas de Brasil, allí donde nace el silencio y los atardeceres rosados. No necesitan alimentos, ni más ropa, ni medicamentos, pues como hijos de la madre tierra, ella los protege y cuida, brindándoles con todo lo que pueda alimentar su alma y espíritu. En la lengua Wuövali no existen términos como miedo, odio, propiedad, o pecado, no viven para lograr un fin, su fin es vivir. La isla está rodeada por playas eternas, de arena tan fina que te preguntas cómo puede estar sumergida en el mar. Y más allá de las playas se encuentra la aldea rodeada por una profunda selva donde cada planta, cada árbol, cada hoja es diferente del anterior.

Se desvanece en los mapas, sigiloso como un secreto, inadvertido como un tesoro perdido entre neblina de madrugada, y su nombre etéreo se evapora en un suspiro de tus labios, frágil, fuerte, dueño de un sueño. No existe ese lugar para los ojos, sino para el corazón, pues su belleza es tal, que las flores siempre están abiertas y las aves no saben emigrar. Los niños no aprenden de líneas cargadas de tinta y vacías de contenido, sino de sus manos, de su piel en contacto con la naturaleza, el respeto y el amor por todo lo que les rodea, porque cada ser es bueno y diferente. No saben que es envidiar, porque no tienen nada, y lo tienen todo, y ese todo lo comparten, para que nadie tenga menos o más, porque nadie se merece menos o más, ya que son todos iguales. Y en una humilde Wora, que es como llaman aquí a las cabañas, vive con su madre, la joven y hermosa Saehore. La muchacha de apenas 15 años que está enamorada del mar, y corre a su encuentro para verlo cada mañana despertar. Se sienta en la orilla hundiendo sus pies en la fina arena, y le canta una canción al oído que nadie escuchó jamás. ¿Habría mayor felicidad en la tierra para una enamorada que poder ver a su amado antes que nada? Ella sin duda, pensaba que no, y continuaría haciéndolo hasta que sus pies se confundiesen con la arena.
Saehore es una joven muy despierta, quizás un poco niña para la gente de su edad y los adultos, pero eso la impregna de un encanto irresistible. Le gusta corretear y jugar con los niños, y de sus ojos y sus labios no hay un momento que no pronuncie palabras amables y buenas cargadas de sinceridad. Y a pesar de siempre tener tiempo para ayudar a todos, no hay día que no se escape entre los bosques en busca de soledad. Necesita sentir la tierra húmeda recorriendo su cuerpo como un escalofrío desde las plantas de los pies hasta la cabeza, acariciar cada planta y cada hoja dando gracias por su existencia, e impregnar todo su cuerpo con el aroma de la libertad. No hay persona en la tierra que se sienta más viva, más orgullosa de ver los reflejos del sol entre las copas, del viento azotando los vergeles, del sonido en su sencilla desnudez.

Una noche soñó que llegaban a la isla extraños hombres con atuendos ridículos, y que la tribu compartía lo que había en su isla como estaba acostumbrada a hacer, pues creían que todos merecían lo mismo ya que repartiendo había suficiente para todos. Pero sin saber cómo ni por qué aquellos extraños hombres lo cogieron Todo, y les obligaron a trabajar horas y horas para ellos si querían tener algo que comer. Mas tarde, sin contentarse con hacer sufrir a su gente, comenzaron a traer extrañas maquinas que destrozaban los árboles, sus animales, y el silencio de la isla, porque querían construir un no sé que raro hotel cinco estrellas. ¿Por qué estos hombres se consideraban dueños de todo? ¿De verdad pensaban que esto era bueno para nosotros? No comprendía como aquellos extraños que estaban siempre a gritos y discutiendo llamaban a eso desarrollo.

Menos mal que todo fue un mal sueño. Pensó la hermosa Saehore con lágrimas en los ojos. Y se durmió con el murmuro de las olas de su amado, con la esperanza de saber que no es un nuevo mundo, si no el de siempre.
SANTIAGO DE HEVIA

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