domingo, 23 de octubre de 2011

poesía para dos...



Estaban hechos el uno para el otro pero seguían caminos diferentes. Así comienza su historia.

Él es un chico que no le tiene miedo a la vida, puede tal vez que sea al revés, le tiene tanto miedo que quizá por eso la ame tanto. Le gusta soñar, correr por la hierba hasta ahogarse, saltar por las estrechas calles y reír. Vive en una pequeña casa a las afueras, colecciona viejas monedas y le gusta dejar anotaciones en los libros que va devorando. Para él la vida es como un juego en donde no existen ganadores ni vencidos, sino gente que juega y gente que no. Cada día, una nueva aventura, donde puedes elegir un nuevo personaje y jamás sabes que podría suceder al final. Por un motivo que desconozco, sus personajes favoritos son los que menos posibilidades tienen de ganar, el héroe asustado, el guerrero perdido, y el muchacho de los pantalones de rallas y la capucha. Cuando quiere y nadie le ve se escapa de este mundo, porque piensa que no necesita nada ni a nadie. Aunque alguna vez la vorágine del triangulo y las correas del mundo le hayan intentado atrapar, muchos días logra irse allá donde no le pueden alcanzar, allá donde las barajas son de tréboles y corazones solamente, donde la tinta no se puede borrar, un mundo de arena y mar, de playas difusas con murmullos de caracolas y nubes tejidas con las cuerdas de una vieja hamaca raída. Cada vez que va, se sienta en la misma roca y se pasa horas mirando el fino horizonte, hablando con las olas, buceando en su corazón. Pero de pronto, un atardecer no mas diferente que otro cualquiera, le sucedería algo que cambiaría su vida. Cruzaba por su lienzo una pequeña chiquilla que paseaba descalza con los ojos fijos en el suelo, y el esbozo de una sonrisa que se había perdido hundiéndose en la arena como una lágrima en el desierto. Y aunque no pudo percibir su particular belleza en toda su imperfecta perfección, pues la melena le cubría su rostro por el viento, a él le dio un vuelco el corazón.

Ella es una chica de ciudad, la típica princesa de leyenda que vive en un castillo en forma de casa. Pero no es tan típica como creemos, en el fondo de sus ojos esconde algo diferente. Ella se siente presa entre voces que le dicen como debe comportarse, como si estuviese en una cárcel levantada con columnas grises y humo. Quiere desaparecer, huir y no regresar, está triste no comprende nada, no comprende este mundo incomprensible, y llora, llora mientras le arde el corazón, el pecho, y un nudo de clavos que se le forma en la garganta apenas dejándola respirar. A ella le gusta estar en pijama, ponerse canciones que le recuerden momentos, y tumbarse en la cama mientras se tapa con una suave manta para no tener frío. La ventana son sus ojos, se queda contemplando las calles mojadas, la desnuda luna, y las estrellas. Ella sabe que está creciendo, pero no sabe porque. Antes era todo más fácil, y ahora lo único que quiere es salir corriendo con una maleta de sueños, jerseys de punto, y fotos. Un día se alejó para respirar, se fue a una playa desierta donde se escucha el lenguaje de las caracolas, se quitó los zapatos porque le gusta sentir la fría arena entre sus delicados dedos y se puso a andar.
“¿Qué hago aquí? ¿Por qué no me entienden? Yo sólo quiero hacer las cosas bien y siempre me sale todo mal o sino parece que para ellos nunca sea suficiente”.   
Las lágrimas se deslizaban acariciándole las mejillas, lloraba sin saber porque. En ese instante sintió algo que le hizo voltearse, y vio a ese muchacho que le contemplaba con la sonrisa grabada desde una roca. Se quedaron un instante contemplándose, seguramente fugaz pero lo suficiente para ellos. A ella le resbalaban aun lágrimas de niñez, y él clavaba sus ojos negros en los de ella. No llores niña, pensaba. No comprendía como dios podía permitir que un ser tan bello y hermoso pudiese estar sufriendo así. ¿Qué era lo que le podía afligir de esa manera? Entonces desde ese primer momento que la vio, supo que había estado esperándola en esa roca desde hacía mucho tiempo y ahora sólo quería protegerla, quería abrazarla y quedarse así con ella para siempre. Ella miró a ambos lados, la playa estaba vacía, se acercó con cautela hacia el muchacho, y le preguntó haciendo esfuerzos por sonreír y con los ojos aun todavía humedecidos:
~ ¿Qué haces aquí solo?
Él la miró sonriendo y dijo:
~ No estoy solo.
Ella se quedó extrañada, de pie y sin saber que hacer ni decir. Y tan sólo se le ocurrió soltar un…
~ ¡Ahm! Pero él antes de que ella cortada pudiese darse la vuelta y marcharse, rápidamente continuó…
~ Estoy contigo. Y así fue como consiguió robarle a ella una sonrisa.
~ Siéntate anda, que debes estar congelada. Prosiguió él con una excesiva confianza en si mismo.

Ella se sentó a petición de este, y comenzaron a hablar. Hablaron de todo, jamás se habían visto pero se conocían desde siempre, o al menos eso es lo que sentían sus corazones. Sinceramente creo que simplemente era que se comprendían, pues de donde ellos venían las personas aun desconocen el significado de esa palabra. Ella esquivaba sus miradas, él se acercaba cuidadosamente cada vez mas, ella apoyó su cabeza en su hombro, se quedaron en silencio, sólo se escuchaba el rumor del oleaje y algunas gaviotas. Comenzaba a atardecer, ella temblaba de frío, pero no decía nada, sólo de vez en cuando levantaba la cabeza y le miraba de reojo. Él sentía el perfume de sus cabellos que le embriagaban llevándole a mil lunas de allí, tal vez a recuerdos olvidados que se perdieron en la bolsa de las canicas, con aroma de caramelos, barro, y luces de feria. La separó un momento, esta vez se quedaron mirando fijamente a los ojos, ya no importaba nada ni nadie, sólo ellos y ese momento, ese momento mágico. Entonces ambos, se fundieron en un calido abrazo.
~ Te estuve esperando. Dijo él.
~ No lo sabía, de verdad. Declaró ella con aspereza en su voz.

Él bajó la mirada perdiéndose su alma en la arena, pero ella le tomó de la barbilla, le levantó la cara y con los ojos cargados de lágrimas y felicidad, y la voz entrecortada dijo:
~ Te quiero.
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Y él  respondió con miedo de perderla de nuevo:
~ No te creo niña.
Y la besó.











SANTIAGO DE HEVIA


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