sábado, 5 de julio de 2014

YOLANDA: Inspirada en historias reales






Son casi las tres de la madrugada, mañana viernes he quedado con Carol y no puedo dormir. En realidad desde que llegó hace un año a la escuela con sus ojos negros rasgados y profundos como abismos, su piel morena y su sonrisa como perlas de oriente, me roba cada noche el sueño. Y por fin mañana comenzará nuestra historia, tal vez sea sólo una cita, pero siempre he pensado que antes de un beso hay una mirada. Había pensado en escaparnos del tiempo y refugiarnos en las hermosas playas de Tanauan, quizá compartir un coco, y bañarnos mientras las olas nos abrazan y la lluvia nos abriga el cuerpo. No encuentro un lugar ni un momento más hermoso en todo el mundo. Y recordando sus labios, su perfume y su figura, me embriago de sueños que me dejan dormido.

Me despierto sobresaltado, un ruido estrepitoso ruge con la furia de un dragón, y Mamá viene corriendo a comprobar si Álvaro y yo estamos bien. Mi hermana Lola está meciendo al pequeño Joe que no deja de llorar, mientras Papá consume de una calada una caja de pitillos con la mirada perdida tras la ventana. La luz parpadea resistiendo y luchando por quedarse con nosotros, pero la lluvia es demasiado intensa, nos miramos a los ojos bajo aquel reflejo, esa última mirada fue la que de verdad me asustó, no el rugido del viento o la lluvia azotando el tejado, sino esa mirada de amor e incertidumbre, de temor a la intuición. Jamás había escuchado aquello antes, el planeta se resquebrajaba a nuestro alrededor, y como si fuese su último aliento la luz nos abandonó sin despedirse. Resignándonos a luchar y aceptando nuestro destino nos abrazamos en la oscuridad empapados por la intensa lluvia que calaba por cada grieta y cada poro comenzando a inundar la casa. La tierra moría mostrando toda su furia, y como un estruendo el viento de un soplo arrancó el tejado dejándonos a la intemperie. Yo quería gritar de miedo pero no encontraba fuerzas ni sonidos para hacerlo, me sentía impotente, cobarde, y sólo podía agarrar fuerte de la mano a Álvaro y contemplar atónito lo que estaba pasando. En cambio, mientras Mamá rezaba rosarios a la virgen y al santo niño, Papá le gritaba a la tormenta con todas sus fuerzas que se fuera, que nos dejara en paz, “por favor, por favor, ya basta, márchate” vociferaba mientras sostenía con sus brazos la pared como si fuéramos todos a salir volando.

Llegó la primera ola barriendo todo a su paso, los cristales estallaron y la fuerza del agua que superaba la altura de la casa se llevó las paredes que nos refugiaban. El agua de un tirón me arrancó de las manos a mi hermano, la corriente me impedía subir a la superficie y mientras me golpeaba con todo aquello que arrastraba. Cuando pude salir a la superficie vomité todo el agua y la arena que había tragado, y entre la espuma vi a Mamá agarrada a una viga y a Lola con la cabeza llena de sangre y con el pequeño Joe en brazos. Álvaro y Papá no aparecían, intentamos proteger a Joe sin dejar de llamar al resto a gritos, pero los rugidos de aquel demonio enfurecido acallaban nuestras voces. De repente escuché como el viento nos traía un llanto desde lejos, era Álvaro, traté de buscarlo con la mirada pero era imposible ver nada. Sin pensarlo salí arrastrado por el agua para buscarlo, Mamá gritaba mi nombre, pero yo sólo pensaba en llegar a aquella voz asustada. Con los ojos hinchados de lágrimas y sal, alcancé ver bajo la luz de los rayos, sombras espeluznantes de casas destruidas, coches volcados, árboles flotando, y en medio de esa espuma embarrada, las láminas de los tejados volaban afiladas como cuchillas mientras la gente ahogaba sus esperanzas. Álvaro apareció enganchado de un árbol, la corriente le había alejado más de veinte metros. Fue al abrazarle cuando vi que otra ola gigante sobrepasaba las copas de los cocoteros y se abalanzaba sobre nosotros. Me agarré con toda mi alma a mi hermano y a ese árbol, y sentí como la fuerza de un gigante nos arrollaba sin piedad. El hecho de sentir a mi hermano entre mis brazos me dio fuerzas para sobrevivir y seguir aferrado a ese árbol.

Teníamos que regresar con Mamá y Lola, avancé como pude con mi hermano sobre la espalda, yo sólo quería que terminase aquella pesadilla. Cuando vi a Mamá apenas la reconocí, su rostro era completamente diferente, abatido y transformado por la agonía, pero cuando nos vio se abalanzó como una ola sobre nosotros, nos abrazó y dejó que sus lágrimas se desbordasen. Buscamos refugio sobre lo alto de una casa, me explicó entre ríos de lágrimas que la corriente se había llevado a Lola y al pequeño Joe, que iba a salir a buscarles a todos pero que no se me ocurriera moverme por nada del mundo de ahí, me besó, y me dijo que cuidara de Álvarito. Y con la mirada más hermosa y tierna que jamás he visto, se alejó. Empapados bajo la lluvia me abracé como un niño a mi hermano, sentí su corazón, cerré los ojos y la última ola arrasó definitivamente la ciudad. No quise abrir los ojos pero aun así lo vi todo en mi mente, las lágrimas se mezclaron con la lluvia, comprendí que estábamos solos y murmuré una canción para que pudiéramos dormirnos y alejarnos lejos de ahí.

No sé qué hora era ni cuánto tiempo pasó, el tifón había silenciado los gritos y la gente deambulaba bajo la lluvia por la ciudad fantasma. Me puse en pie, casi no podía mover la pierna, tenía una herida que prefería no mirar, lo importante era saber que Álvaro estaba bien, y para mi eso era suficiente. Bajamos a la calle y caminamos entre cuerpos y escombros hacia donde se dirigía el resto de perdidos. El mundo se había desplomado sobre nosotros, y renacimos de las cenizas en un lugar ahora desconocido, solos, desorientados, sin agua, sin comida, y sin saber que la verdadera supervivencia no había hecho más que empezar. El cielo que fue testigo, lloró sin parar durante días como nunca antes lo había hecho, y mi hermano y yo desaparecimos entre sombras de ruinas cargadas de recuerdos.




Dedicado a mi familia y amigos que me han dado su apoyo y calor desde la distancia. A Carmen y la organización Marami Pro Asia por haber confiado en mi. A Mr. Nito por contagiarme su paciencia. A mis compañeros de Foodlink por permitir colarme en su hermoso proyecto. A Ma'am Carol y Miss Hermie por su apoyo y cuidarme como a un hijo. A todo el equipo de Cabuynan por tantos momentos alegres y divertidos. A mi querida Betty por ser la viva definición de resiliencia. A mis sobrinos de Magallanes por tantas sonrisas, por darme cada mañana un motivo y dejarme formar parte de su historia. Y especialmente a Jas y Joe, por su hospitalidad, su dedicación, y ser mi familia aquí. Y al resto de mis hermanos filipinos, porque por muchos años que pasen para mi siempre seguiréis siendo héroes que salvaron en la oscuridad.
  





Santiago de Hevia


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