Son casi las tres de la
madrugada, mañana viernes he quedado con Carol y no puedo dormir. En realidad
desde que llegó hace un año a la escuela con sus ojos negros rasgados y
profundos como abismos, su piel morena y su sonrisa como perlas de oriente, me
roba cada noche el sueño. Y por fin mañana comenzará nuestra historia, tal vez
sea sólo una cita, pero siempre he pensado que antes de un beso hay una mirada.
Había pensado en escaparnos del tiempo y refugiarnos en las hermosas playas de
Tanauan, quizá compartir un coco, y bañarnos mientras las olas nos abrazan y la
lluvia nos abriga el cuerpo. No encuentro un lugar ni un momento más hermoso en
todo el mundo. Y recordando sus labios, su perfume y su figura, me embriago de
sueños que me dejan dormido.
Me despierto sobresaltado,
un ruido estrepitoso ruge con la furia de un dragón, y Mamá viene corriendo a
comprobar si Álvaro y yo estamos bien. Mi hermana Lola está meciendo al pequeño
Joe que no deja de llorar, mientras Papá consume de una calada una caja de
pitillos con la mirada perdida tras la ventana. La luz parpadea resistiendo y
luchando por quedarse con nosotros, pero la lluvia es demasiado intensa, nos
miramos a los ojos bajo aquel reflejo, esa última mirada fue la que de verdad
me asustó, no el rugido del viento o la lluvia azotando el tejado, sino esa
mirada de amor e incertidumbre, de temor a la intuición. Jamás había escuchado
aquello antes, el planeta se resquebrajaba a nuestro alrededor, y como si fuese
su último aliento la luz nos abandonó sin despedirse. Resignándonos a luchar y
aceptando nuestro destino nos abrazamos en la oscuridad empapados por la
intensa lluvia que calaba por cada grieta y cada poro comenzando a inundar la
casa. La tierra moría mostrando toda su furia, y como un estruendo el viento de
un soplo arrancó el tejado dejándonos a la intemperie. Yo quería gritar de
miedo pero no encontraba fuerzas ni sonidos para hacerlo, me sentía impotente,
cobarde, y sólo podía agarrar fuerte de la mano a Álvaro y contemplar atónito
lo que estaba pasando. En cambio, mientras Mamá rezaba rosarios a la virgen y
al santo niño, Papá le gritaba a la tormenta con todas sus fuerzas que se
fuera, que nos dejara en paz, “por favor, por favor, ya basta, márchate” vociferaba
mientras sostenía con sus brazos la pared como si fuéramos todos a salir
volando.
Llegó la primera ola
barriendo todo a su paso, los cristales estallaron y la fuerza del agua que
superaba la altura de la casa se llevó las paredes que nos refugiaban. El agua
de un tirón me arrancó de las manos a mi hermano, la corriente me impedía subir
a la superficie y mientras me golpeaba con todo aquello que arrastraba. Cuando
pude salir a la superficie vomité todo el agua y la arena que había tragado, y
entre la espuma vi a Mamá agarrada a una viga y a Lola con la cabeza llena de
sangre y con el pequeño Joe en brazos. Álvaro y Papá no aparecían, intentamos
proteger a Joe sin dejar de llamar al resto a gritos, pero los rugidos de aquel
demonio enfurecido acallaban nuestras voces. De repente escuché como el viento
nos traía un llanto desde lejos, era Álvaro, traté de buscarlo con la mirada
pero era imposible ver nada. Sin pensarlo salí arrastrado por el agua para
buscarlo, Mamá gritaba mi nombre, pero yo sólo pensaba en llegar a aquella voz
asustada. Con los ojos hinchados de lágrimas y sal, alcancé ver bajo la luz de
los rayos, sombras espeluznantes de casas destruidas, coches volcados, árboles
flotando, y en medio de esa espuma embarrada, las láminas de los tejados
volaban afiladas como cuchillas mientras la gente ahogaba sus esperanzas.
Álvaro apareció enganchado de un árbol, la corriente le había alejado más de
veinte metros. Fue al abrazarle cuando vi que otra ola gigante sobrepasaba las
copas de los cocoteros y se abalanzaba sobre nosotros. Me agarré con toda mi
alma a mi hermano y a ese árbol, y sentí como la fuerza de un gigante nos
arrollaba sin piedad. El hecho de sentir a mi hermano entre mis brazos me dio
fuerzas para sobrevivir y seguir aferrado a ese árbol.
Teníamos que regresar con Mamá y Lola, avancé como pude con mi hermano sobre la espalda, yo sólo quería
que terminase aquella pesadilla. Cuando vi a Mamá apenas la reconocí, su rostro
era completamente diferente, abatido y transformado por la agonía, pero cuando
nos vio se abalanzó como una ola sobre nosotros, nos abrazó y dejó que sus
lágrimas se desbordasen. Buscamos refugio sobre lo alto de una casa, me explicó
entre ríos de lágrimas que la corriente se había llevado a Lola y al pequeño
Joe, que iba a salir a buscarles a todos pero que no se me ocurriera moverme
por nada del mundo de ahí, me besó, y me dijo que cuidara de Álvarito. Y con la
mirada más hermosa y tierna que jamás he visto, se alejó. Empapados bajo la
lluvia me abracé como un niño a mi hermano, sentí su corazón, cerré los ojos y
la última ola arrasó definitivamente la ciudad. No quise abrir los ojos pero
aun así lo vi todo en mi mente, las lágrimas se mezclaron con la lluvia,
comprendí que estábamos solos y murmuré una canción para que pudiéramos
dormirnos y alejarnos lejos de ahí.
No sé qué hora era ni cuánto
tiempo pasó, el tifón había silenciado los gritos y la gente deambulaba bajo la
lluvia por la ciudad fantasma. Me puse en pie, casi no podía mover la pierna,
tenía una herida que prefería no mirar, lo importante era saber que Álvaro
estaba bien, y para mi eso era suficiente. Bajamos a la calle y caminamos entre
cuerpos y escombros hacia donde se dirigía el resto de perdidos. El mundo se
había desplomado sobre nosotros, y renacimos de las cenizas en un lugar ahora
desconocido, solos, desorientados, sin agua, sin comida, y sin saber que la
verdadera supervivencia no había hecho más que empezar. El cielo que fue
testigo, lloró sin parar durante días como nunca antes lo había hecho, y mi
hermano y yo desaparecimos entre sombras de ruinas cargadas de recuerdos.
Dedicado a mi familia y amigos que me han dado su apoyo y calor desde la distancia. A Carmen y la organización Marami Pro Asia por haber confiado en mi. A Mr. Nito por contagiarme su paciencia. A mis compañeros de Foodlink por permitir colarme en su hermoso proyecto. A Ma'am Carol y Miss Hermie por su apoyo y cuidarme como a un hijo. A todo el equipo de Cabuynan por tantos momentos alegres y divertidos. A mi querida Betty por ser la viva definición de resiliencia. A mis sobrinos de Magallanes por tantas sonrisas, por darme cada mañana un motivo y dejarme formar parte de su historia. Y especialmente a Jas y Joe, por su hospitalidad, su dedicación, y ser mi familia aquí. Y al resto de mis hermanos filipinos, porque por muchos años que pasen para mi siempre seguiréis siendo héroes que salvaron en la oscuridad.
Santiago de Hevia
Muy bonito y poético
ResponderEliminar