A ti, niña,
Que creciste en silencio con
el alma desnuda, que aprendiste a volar persiguiendo palomas, que acariciabas
tus miedos, que en clase mirabas más el cielo que la pizarra, que te mordías la
lengua al reír, que si te decían “compórtate como una señorita” menos caso
hacías, que los juegos de moda nunca fueron contigo, que hacías cosquillas a
las plantas, que te metías el pelo por la nariz para estornudar, que te divertían los reflejos de sombras en la pared, que cortaste los hilos de tu marioneta de montmartre, que te
sentías la pieza de un puzzle que no termina de encajar, que tus besos más
sinceros se perdieron en la almohada, que dibujabas en tus suelas corazones, que no te hacían gracia los payasos pero
te asombraban los trucos de magia, que creías que aprenderías el lenguaje animal, que
enterrabas secretos anudados, que te sentiste culpable por vivir.
A ti, mujer,
Que sigues siendo la misma
niña algo más desconfiada, que te aprendes los poemas de las servilletas, que
te gusta hundir descalza los pies en la hierba, que cuanto más perfecta te
dicen que eres más sola te sientes, que te gustan más las críticas que los
piropos, que escuchas música impregnada de recuerdos, que conectas más con ancianos
y niños que con tu propia generación, que te asustan los telediarios, que abres
las alas y das vueltas para soñar, que te gusta el color de la tierra y el olor
de libros marchitos, que te inventas los nombres de las estrellas, que cierras los ojos montada en bici, que te cuelas a
bucear en pupilas lanzando miradas furtivas, que las mantas te dan más cariño
que calor, que buscas perderte en los aviones del cielo, que observas y creas
historias de desconocidos, que en la biblioteca escondes notas entre las páginas de tu libro favorito para el próximo lector misterioso, que te gusta reír pero atraes los finales tristes, que
no hay ley más fuerte que lo que sientes.
A ti, amiga,
Te recuerdo siempre.
SANTIAGO DE HEVIA
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