Me he encontrado en los pensamientos más inhóspitos y
en calles abarrotadas, en besos y lágrimas de ácido, entre recuerdos y olvidos,
anhelándote con el vaso medio lleno y la botella medio vacía, que te he perdido.
Y dibujando con mi aliento claroscuros entre molinos y prostitutas de
escaparate, me hundo en la cima y me levanto en lo profundo del océano, porque si
fuiste princesa y fuiste bruja fue sólo porque mis ojos cambiaron.
Y cuando me levanto no sé quién soy, no sé si ponerme
el sombrero o el warbonnet, si mirar
o gritar, si rezar o pensar, y escucho palabras desvaneciéndose que se vuelven
melodías. ¿Quién soy? Después de tantos años aún no he aprendido a conocerme,
pero cómo hacerlo si unos días me siento sereno como el agua y otros devastador
como el fuego, si no sé odiar sin haber amado primero. Al menos sé lo que no
soy, pero eso es como un sordo viendo una guitarra, reduciéndome a una caja de
madera llena de cuerdas, sin alma, sin pasión, sin melodía.
Por eso no voy a reprimir mis fantasías más escandalosas,
ni los sueños prohibidos, ni las perversiones violentamente dulces. No tengo
pecados ni buenas intenciones, no soy ángel ni demonio, nací de la tierra y el
cielo, y mis ojos podrán amarte y desearte mientras mis manos te violan en la
eternidad que dura un segundo. Y tengo que aceptarme, tanto en el orgullo como
en la vergüenza, en el lado salvaje como el inocente, en la luz y en la oscuridad,
porque he ahí donde reside la imperfección más perfecta, en ser capaces de
reconocernos en nuestra cara y nuestra cruz.
Me declaro mestizo de sentimientos, y si no te dije
te amo, fue porque mi Yo valiente quería, pero mi Yo cobarde no se atrevió a
hacerlo.
SANTIAGO DE HEVIA
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