Perdona si te
idealizo,
perdona por ver
dentro de ti,
por llegar hasta
donde otros no ven,
hasta donde tú no te
ves.
Y no es un mérito que
merezca.
Contemplarte, imaginarte
durante horas es lo que tiene,
que ves lo que
esconde una mirada,
tu silencio, un
suspiro y un quizá.
Idealizarte no fue
inventarte,
fue amar aquello que
no muestras a los demás;
tu caja de recuerdos,
tus heridas,
cada lágrima que se
ha secado,
cada vela que has
apagado,
el eco de tu risa, tu
sudor…
Ahora que ha llovido
tus huellas permanecen,
porque tu recuerdo me
basta;
la sombra de un beso
que dura cien años,
tu presencia perdida
entre la multitud.
Agoté mis últimas
reservas
y ya no queda sitio
para nadie.
Como el que sabe que
si llega a la cumbre
no volverá a bajar.
Fue amar o morir.
¿Qué me espera allá
abajo?
¿una nueva vida? ¿un
nuevo comienzo?
Nada vale lo que esta
vista,
ni un millón de vidas
sin ti.
El frío va
entumeciendo mis extremidades,
pero no me preocupa,
mereció la pena.
Incluso ahora,
cubierto de nieve y hielo,
la vista es aún más
hermosa,
el último atardecer,
la última sonrisa.
Asumo mi derrota, me
has vencido,
pero no siento que
haya perdido
pues me llevo
infinitos recuerdos;
tu mano junto a la
mía,
tus pupilas y tu voz.
Fuiste una dama
en un mundo
resquebrajado,
dura bajo los rayos
del sol,
tierna con la luna.
Cuando sabes que has
vivido y que has amado,
el miedo a la muerte
se desvanece,
y en su lugar queda
un destello de felicidad,
un remanso de paz,
mis dedos rozando tu
cabello.
La luz del frontal se
pierde entre las estrellas.
¡Por fin solos! El
viento ha cesado,
te veo en cada
respiración, lenta y pausada.
Ha merecido la pena. Susurro
Y tu ausencia me
abraza arrastrándome a un sueño
donde pueda
idealizarte de nuevo.
SANTIAGO DE HEVIA
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