Éramos la pareja más envidiada de
la tierra. Ella, tan hermosa como una estrella fugaz, con su castaña melena
larga que flota embriagando el viento, sus ojos escondiendo la bondad del mundo
hecha un ovillo en un reflejo, y la pureza de unos labios tan sagrados que
besarla era como rezar una oración. Él,
muchacho despistado y soñador, que quiere ser libre como aquel velero que cruza
el mar, torpe con las palabras y cazador de buenos momentos. Se conocieron en
una canción, y bajo un extraño destino sigiloso y sin avisar, sus miradas se
encontraron. Fue una noche de agosto, en una playa conocida de un pueblo
conocido, pero aun siendo la misma luz del mismo faro, todo parecía diferente.
Juntos comenzamos la aventura de
descubrirlo todo de nuevo, aprendiendo a volar, aprendiendo a llorar,
aprendiendo a bailar, a reír, jugar, hasta aprendiendo a necesitarnos. Estando
a su lado volvía a ser niño de nuevo, volvía a creer, sintiendo los sentidos
con una inocencia que se expandía en una explosión de luz. Cada día, un nuevo
sueño, entre cuevas, molinos y oleajes, entre montañas desnudas, piscinas robadas,
acantilados y amaneceres, se escribía nuestra historia. Recuerdo las noches
escalando a su ventana para robarle un beso, las locuras de los viajes y los
planes que vendrían, los abrazos perdiéndonos en el tiempo. Era algo tan
jodidamente perfecto, que nunca pensé que esa luz se desvanecería. Pero como
dijo Joaquín, la suerte es sólo la muerte con una letra cambiada.
El día comenzó a cerrarse y
algunas gotas comenzaron a caer, tuvimos que alejarnos y guarecernos hasta que amainara la tormenta,
pero aunque la niebla no nos dejase ver, todavía sentía tu voz y escuchaba tu
corazón. Saldremos de esta, la lluvia
cesará y el sol volverá a brillar con fuerza, volveremos a estar juntos, te
decía, sólo hay que aguantar. Aunque la
lluvia siguió ahogando nuestros sueños, estaba convencido que no había nada en
el mundo capaz de acabar con nosotros. Estábamos destinados a estar juntos,
todo pasaría de largo, y podríamos comernos el mundo. La lluvia no cesaba, tu
voz que acompañaba mi soledad pudo iluminar el cielo, pero mis gritos que te
iban guiando se ahogaron un instante, y sentí tu voz alejarse hasta el
silencio. Presa del pánico, intenté gritar con más fuerza, tratando de escapar
de una pesadilla que me perseguía, pero ya era demasiado tarde, cuando sentí de
nuevo tu voz, era diferente, en ese instante sentí que te había perdido. Cuando
los cielos comenzaron a clarear, ordenaste palabras para no hacerme tanto daño,
y con cuidado dijiste lo que más temía mi corazón… he conocido a un chico.
Y abrazado a una almohada
empapada de dudas y preguntas sin respuesta, imploro que no sea verdad, que me
despierte de ese sueño asfixiante, luchando por llegar a la superficie en cada
bocanada de aire, esperando algún atisbo de luz en aquella profunda oscuridad,
intentando comprender cómo habíamos llegado a esto. Perdí el control, y busqué
respuestas que sabía que sólo me harían más daño, que por algún extraño motivo
necesitaba conocer. Me acurruqué temblando y odiando la vida, odiando haber
soñado, haber sentido, y entre lágrimas ardiendo comprendí que el amor no es
suficiente.
SANTIAGO DE HEVIA
No hay comentarios:
Publicar un comentario