Inspirado en la canción “Amores
Imposibles” de Ismael Serrano.
Como
cada viernes de primavera, Miguel sale de su despacho de cómodos
sillones y grandes ventanales, con una elegante americana oscura y el
pelo cano perfectamente engominado de la mañana, a una calle
abarrotada de gente. Su elegancia y porte le abren paso a través del
tumulto, y atrae a sus casi cincuenta cumplidos, las miradas de
jovencitas de veinte y treinta años, desvelando en las curtidas
facciones de su rostro todo un hombre. Pero no hay juegos de miradas,
en sus ojos se pierde el vacío entre ansias de libertad. Atravesando
a menos de 40 ya en su clase
E,
serpientes interminables de luces y rugidos, llegará a su espléndida
casa con un espléndido surtido de flores para su dócil esposa Ana.
Después de una cena de excelente carne roja, vino tinto, y miradas
que se esquivan, Miguel besará la frente de su mujer, le dará las
gracias por la exquisita cena, y saldrá a caminar para tomar el
aire. Saldrá de esa jaula que ahoga su alma, de ese escenario en el
que ha tenido que actuar toda su vida, de esa ilusión y ese engaño
que desde niño ha querido creer, y fumando un cigarro empezará a
soñar dejando volar su imaginación. Aunque no quiera admitirlo, no
puede renunciar y alejarse de lo que es, de quien es, ha tratado toda
su vida luchar contra si mismo, contra sus sentimientos escondidos,
contra su corazón olvidado, fingiendo por temor ser alguien que no
es. Y como bien dijo, saldrá a tomar aire, saldrá de ese mundo
aunque sea de sueños para respirar, para cruzar miradas con hombres
apuestos, dejando libres en su cabeza los deseos clandestinos de
probar esos labios, de sentir esa fuerza y esas manos.
Miguel
sabe que no actuará jamás, como tampoco reveló a nadie su pasión,
pero aunque lo intente le es imposible frenar sus deseos. Como
tratando frenar con la mano una gigantesca ola de mar, soñará con
héroes y soldados. Y en su alma crecerá la angustia de sentirse
diferente, de sentirse impostor, de sentir que el amor que hace
brillar este mundo no está hecho para él, que las hermosas
historias de amantes, los nervios y las primeras noches, son para el
resto. ¿Hay peor tortura, peor condena en esta vida que no poder
amar? Y regresará abatido al cuento de las princesas y los
príncipes, con la esperanza de que llegue el día en el que el mundo
esté preparado.
Llegan
los exámenes finales, las notas, el fin de 4º de ESO, el fin de una
etapa, y un verano en las playas de Jávea donde Irene buscará
cerrar una puerta para intentar abrir una ventana. Quizá ahora que
se siente más fuerte, quizá ahora que se siente más valiente
porque lleva tiempo sin verle, intentará olvidarle. Intentará
olvidar aquellos dos años de presión en el pecho, ese fuego en la
garganta, esas lágrimas y lágrimas que brotaban empapando la
almohada entre miedos y brazos. Irene, ¿Recuerdas cómo empezó
todo? Que tonterías digo, por supuesto que te acuerdas de cada
detalle. Como olvidar el momento en el que tu hermano Pablo entró en
casa con su nuevo amigo, se llamaba Nacho, pasó rápido mirando al
suelo y sin decir nada, pero aquel muchacho de pelo enmarañado y
barbita cruzó una mirada fugaz contigo, fue sólo un instante, pero
bastó para robarte los sueños y el corazón. Tú no lo sabías,
apenas eras una niña que estaba creciendo, algún chico te había
parecido mono, pero lo que sentiste al verle fue algo totalmente
diferente, tanto, que hizo que crecieses mucho más rápido, o al
menos eso intentabas aparentar.
Tú
soñabas cada día, cada hora, cada segundo, con volverle a ver,
escribiendo su nombre en cada hoja de papel. Y aunque eras
extremadamente vergonzosa e intentabas ser discreta, tu mirada se
perdía en él, tratando de grabar a fuego su rostro para poder luego
imaginarle. Tu aspecto al que antes apenas prestabas atención,
comenzó a preocuparte, tratando de estar guapa, aunque lo eras, para
conseguir que se fijase en ti. No sabías qué era exactamente lo que
te hipnotizaba de él, su aspecto de chico malo, de rebelde, siempre
con su casco de moto y su chupa de cuero, esa sensación de peligro,
de que con él harías cosas que jamás habrías imaginado. Pero te
sentías tan niña a su lado, que decidiste tirar todo lo que te
recordase a la chiquilla que se escondía tras tus ojos, los peluches
que tenías en la habitación, algún poster, los cuentos que habías
releído infinidad de veces, el maletín de maquillaje con pinturas y
purpurina que te habían regalado, y alguna cosa que ahora decías
que era demasiado infantil. Querías crecer, parecer mayor, poder
enamorarlo, aunque sabías que no sabrías que decir si te decía
algo, ya que con sólo su mirada temblabas como un flan. ¿Recuerdas
aquel día que estaban ellos jugando en el salón a uno de esos
juegos de la play que no soportas? Te escondiste para poder hacerle
una foto con el móvil, al principio te sentiste ridícula y tonta,
pero cada noche tus deseos y tus besos se perdían en aquella
pantalla.
Y
los días fueron pasando como nubes en el cielo, sin dejar rastro. A
pesar de tu evidente cambio, a pesar de tus sonrisas imposibles de
disimular, de tus paseos por toda la casa para cruzarte con él, no
lograste hacer que fuese a rescatarte. Y fue cayendo tu corazón
hecho pedazos en ese vacío en el que apenas te queda aliento, en
todas esas preguntas sin respuesta, respuestas que no quieres
escuchar, en ese amor lleno de odio. ¿Por
qué apareciste en mi vida? ¡Márchate!, déjame ser niña otra vez.
Te
decías tratando de expulsar y recordar a la vez su imagen de tus
pensamientos. Ahora tratarás de secar tus lágrimas, volver a reír,
y en la espuma del tiempo se desharán los sueños que fuiste
hilvanando hace dos años. Tranquila Irene, volverás a amar de
nuevo, otro clavo aparecerá.
Alejado
de gigantes de hormigón erguidos sobre asfalto, de calles
embrumadas, de gritos ahogados y huellas de alquitrán, se halla al
sur el pequeño pueblo Villa Esperanza, donde la vida sigue siendo
algo que ha de vivirse, ha de soñarse, y por supuesto algo que se ha
de ganar. Aquí sobra el tiempo, se regala en sobres los domingos en
la Iglesia, pero no hay momentos para la rutina. Al menos lo que
entendemos por rutina los de ciudad, porque en la Villa es todo
rutina, pero de la buena. Está científicamente probado que el aire
puro multiplica los sueños y te hace sonreír más. Y hace apenas
dos semanas uno de esos sueños comenzó a brillar como una estrella
de colores, como un parque de atracciones, la guarida de huríes
desnudas venidas de cien mundos abría sus puertas bajo un rótulo
que decía: FANTASYA
El
muchacho se llamaba Julián, el hijo de Severino y la Mini, trabajaba
como electricista y vivía en una pequeña habitación de un garaje
que estaba bajo la casa de sus padres. Tenía pendiente desde hace
años mudarse a un piso propio y más grande, pero nada le movía
para hacerlo. Como cada viernes por la noche, Julián y su viejo
amigo Alejandro, acudían a las 11 a la casa del señor X, para echar
unas partidas de póker, junto con otros señores presos del juego.
Claro que para los muchachos no era vicio, sino un simple juego al
que apenas apostaban tres mil pesetas, mientras vaciaban el bar a
base de whiskys y ginebra. Solían ganar muy poco o perderlo todo,
pero aquella noche cambió su suerte, y la vida de Julián. Comenzó
la partida, ambos cautos y sin prisas, esperaban a que les llegase
una buena mano. Fueron apostando poco, perdiendo poco, pasando.
Julián empezó a impacientarse porque no le entraba nada, hasta que
por fin llegó una mano con la que se podía recuperar, QQ, con un
flop
de 3, 7, 4. No decidió arriesgarse hasta que apareció la siguiente
Q. En la mesa quedaban sólo tres jugadores, el resto se había
retirado, subieron de nuevo, Julián tuvo que ir con lo que le
quedaba, pero en el
river
un
inesperado 3 de corazones apareció sobre la mesa. Cómo podría adivinar que uno
de ellos escondía en su mano la otra pareja de treses. Julián dejó
la mesa, pero Alejandro continuó la partida. Y tras varias manos y
más copas, le entró una escalerita de color que desplumó a un AAA,
y un full JJJQQ. Había que celebrarlo, así que abandonaron la mesa
ebrios de entusiasmo y alcohol con su montaña de fichas, que
cambiaron rápidamente, y salieron con Paco a sentirse reyes.
Caminando
a ritmo de rock, un rótulo de neón iluminó sus sombras. Se
quedaron aturdidos mirando aquellos colores, como poetas cuando miran
el mar. ¡Hay
que celebrarlo!, Os invito. Clamó
extasiado Alejandro. Paco entró en un suspiro. Julián, se lo pensó,
pero Alejandro le tomó del hombro, y ambos entraron decididos.
Dentro del Fantasya, las paredes refulgían en tonos violáceos y
fucsias, avanzaron por el pegajoso suelo pero antes de llegar a la
barra, tres despampanantes reinas les asaltaron. Ellos se sintieron
los hombres más afortunados, cayendo en seguida en la red de araña,
apunto de ser devorados por ellas. Se sentaron en la barra con la
cerveza, y embelesados por aquellos perfumes y seducidos por aquellos
cuerpos, fueron comprobando que eran reales. De pronto, apareció
ella tras unas cortinas caminando como nadie había caminado antes,
nadando como un delfín en el mar, casi bailando. Vestía un precioso
mágico vestido rojo que dejaba ver unas piernas firmes y ligeras, y
sonreía con una gracia que sólo un dios pudo haber dibujado. Julián
cortó la conversación con su silencio, soltó a la chica de sus
brazos, y se quedó mirando y admirando aquel ángel. No podía creer
que un garito como ese podía esconder tal criatura, tan perfecta en
cada ángulo. Ella se acercó, se llamaba Iris.
Era
tan natural, su bronceada piel, sus grandes ojos negros, como una
perla salvaje descubierta en lo profundo de la selva. Realmente era
la mujer más hermosa que jamás había visto, dulce en cada
movimiento y cada palabra. Julián pidió una copa para ella, se
miraron a los ojos y hablaron en profundidad, no hubo engaños, él
quería saber todo de ella, y ella sintió que por primera vez no
buscaban su cuerpo, sino su alma. Hablaron de cómo eran de niños,
de su familia, de qué le habría gustado hacer en la vida y de cómo
acabó dedicándose a esto. Se acariciaron, se sintieron, se desearon
en silencio. Ella le confesó que su verdadero nombre era Gimena, y a
él le pareció que era mucho más bonito que el anterior. A Julián
no le entraba en la cabeza como una chica que podía conseguirlo
todo, terminaba arrodillada ante cualquier hombre, y se propuso
raptar a su amante.
Fue
por las noches a visitarla, como cada domingo, aseado y puntual, se
reían, buceaban en sus pupilas, se encontraban. Por las mañanas
ella dormía para recuperar las horas de su trabajo de noche, y como
acababa de llegar de Argentina, apenas había tenido tiempo para
conocer a nadie, así que le agradó la relación que tenía con
Julián. Además le confesó que era su cliente más interesante, ya
que los otros solían sacarle diez o veinte años más. Él, enamorado, la abraza y desnuda sus miedos.
− Vámonos
lejos, te amo, quiero que seas sólo mía.
− ¿Adónde?
Preguntó ella.
− Donde
tú quieras mi amor.
− No
puedo. Contestó.
¿Y mi
trabajo?
− Déjalo,
encontraremos algo mejor.
− No
puedo.
− Pero
yo te quiero.
Declaró Julián.
− Es
mi trabajo.
Sentenció ella.
“Miran al cielo y
piden un deseo… ¡contigo, la noche más bella!
Amores imposibles, que
escriben en canciones, el trazo de una estrella.
Cartas que nunca se
envían, botellas que brillan en el mar del olvido.
Nunca dejes de buscarme
la excusa más cobarde es culpar al destino.”
SANTIAGO DE HEVIA
Me encanta.
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