Erase una vez, un muchacho llamado
Santiago, con ojos de retazos de nubes y espuma de olas de mar, que vivía
encerrado en un pequeño pero hermoso habitáculo diáfano de paredes de nácar
blanco y suelo de mármol, el más reluciente que jamás se había visto. En
aquella habitación a mano derecha, sorprendía un pequeño agujero en el suelo
junto a la pared, donde cada mañana Santiago encontraba un abundante plato de
deliciosa comida que devoraba con apetito. Lo que Santiago no sabía es que aquel
extraño agujero conducía a un habitáculo mucho mayor, un habitáculo inmenso,
empinado y oscuro como boca de lobo. Hay gente que lo considera menos hermoso
que el anterior, ya que del suelo de arena resquebrajada se erguían gigantescas
paredes de barro abatido.
En aquel gran habitáculo vivía un
muchacho joven de la misma edad que Santiago llamado Mumbu. Tenía los ojos
negros con aroma a café, la piel oscura como el chocolate, y su sonrisa
refulgía iluminando toda la oscura habitación. Cada mañana a Mumbu le llegaba
un olor delicioso que le hacía imaginarse cómo sería su plato de comida
favorito, y cada mañana ascendía su cuerpo trepando por las grietas de la arena
hasta aquel exquisito olor que provenía del agujero, pero cuando llegaba el
pobre hasta arriba Mumbu encontraba siempre el agujero de la pared vacío, y resbalaba
desconsolado rodando abajo.
Y fueron pasando los días sin
saber el uno de la existencia del otro. Hasta que un día Mumbu se despertó muy
hambriento por el olor, y volvió arrastrando su enjuto cuerpo hasta el agujero
con la esperanza de encontrar allí su plato favorito, pero el plato no estaba.
Mumbu muy triste se puso a llorar, y Santiago que estaba al otro lado de la
pared escuchó el llanto.
¿Quién llora? Preguntó desconcertado.
Soy yo, Mumbu. Respondió el muchacho.
¿Y por qué lloras? Preguntó Santiago.
Es que tengo mucha hambre. Dijo Mumbu sollozando.
Yo tengo un poco de comida, ¿quieres un poco? Le
ofreció Santiago.
Muchísimas, Muchísimas gracias. Es mi plato favorito,
¿sabes? Oye ¿Cómo te llamas?
Me llamo Santiago.
Encantado Santiago.
Y así fue como Santiago conoció a
Mumbu, Mumbu conoció a Santiago, y se hicieron grandes amigos. Fueron pasando
los días y mientras hablaban y reían los dos compartían ese plato tan rico,
creciendo los dos en estatura y en corazón. Pero cuanto más crecían, más hambre
tenían, y un día que Santiago tenía mucha hambre se adelantó rápido y se comió
todo el plato de comida. Mumbu cuando llegó vio el plato vacío, bajó la cabeza
y se fue de nuevo rodando abajo. Al día siguiente, Mumbu volvió al agujero y
encontró de nuevo el plato vacío, y al siguiente ocurrió lo mismo, y al
siguiente. Santiago no quería ya compartir, pues según él la comida le
pertenecía.
Santiago fue engordando cada día,
y cuanto más comía más hambre tenía, pero aun así no se sentía bien, porque
escuchaba llorar de hambre a Mumbu y eso no le gustaba, le hacía sentirse
triste. Así que una oscura noche, Santiago no se durmió, cogió unas piedras con
las que jugaba de niño y que ya no necesitaba porque ahora era mayor, y fue
levantando un muro con ellas dentro del agujero, así dejaría de escuchar llorar
a Mumbu, no se sentiría triste, y la comida sería sólo para él. Pero los días
fueron pasando y el muro no dio resultado, porque aunque ya no tenía que
compartir la comida, seguía escuchando llorar al pobre Mumbu, y eso le irritaba.
La única solución era creer que ese llanto salía de su imaginación, y que ese
chico del que ya no recordaba su nombre sólo había sido un sueño de niño.
Fueron pasando los días, y Santiago
se había vuelto tan tan gordo que apenas podía moverse, sólo para comer. Y
cuando miraba con sus ojos llenos de niebla hacia el agujero veía sólo el plato
rebosante de comida, y fue olvidando lo que había detrás de aquel muro de piedras,
donde la voz de Mumbu fue haciéndose cada vez más y más débil hasta desvanecerse,
y el gran habitáculo fue oscureciéndose más y más mientras la sonrisa del niño
se iba apagando.
Y así Santiago fue feliz comiendo
tranquilo perdiz.
“Preferimos volvernos ignorantes y no saber que hay detrás de nuestros
muros, para no sentirnos culpables de nuestras acciones.”
“Vivimos en el mundo de la abundancia. Hoy se produce más comida que en
ningún otro período en la historia. En el mundo hay alimentos suficientes como
para alimentar dos veces a toda la población, y a día de hoy sigue muriendo
gente de hambre mientras nosotros
tiramos cada año 1.300 millones de toneladas de comida, un tercio de la comida
que se produce”
“Para cambiar nuestro mundo mañana, debemos cambiar nuestras acciones
hoy”
Santiago de Hevia
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