Los nervios comienzan a florecer,
los deseos de rozar tu piel desnuda, virgen, las ansias por verte, quizás con
otro rostro, quizás en otro lugar, quizás con diferente perfume, pero siempre Tú.
Un “take me home” de John Denver
acompaña nuestra desesperada huida, porque las huidas no pueden ser de otra
manera, y con las ventanillas bajadas hasta las rodillas respiro la brisa
fresca, sincera, rejuveneciendo entre miles de sueños que inspiro a cada
bocanada.
Me despierto rompiendo el silencio
más sobrecogedor de la tierra, cobijado en mi saco como una oruga en su
capullo, saco la cabeza de la tienda para que el frío venza al sueño. Como todo
buen conquistador, desayuno, reviso todo el equipo, me ajusto bien las botas, y
echo a andar entre la vasta noche guiado únicamente por la luz de la frontal
que dibuja hermosas sombras siniestras que nos saludan y nos despejan el
camino. El cielo comienza a teñirse de rosas anaranjados, y algunas aves
despiertan con el crujir de los crampones hundiéndose en la nieve. Una estela
de huellas cargadas de preocupaciones se pierde en la ladera, y avanzo
lentamente con las piernas tan cargadas como la mochila hacia la absolución de
mis pecados.
Eres mi amante en este amanecer,
déjame poseerte y aprender que no puedo comprenderte, que tal vez seas mi
liberación o mi condena, que quizá me ames tanto como yo te amo y me fundas en
un gélido abrazo. Mientras te vas despertando hundo mi piolet para abrir tus
piernas, y me arrodillo ante el confesionario. Ave María purísima, susurro, y sentado en el collado de tu mirada
me abandono a ti, contemplando tu grandiosidad con lágrimas de hielo en los
ojos, cada línea de tu figura, cada brecha en tu cuerpo, cada arista, y me
tumbo cansado como el hombre exhausto que aprende a amar, recuperando las
fuerzas para volver a atacar y componer un momento inolvidable.
Sigo avanzando, contemplado de
reojo la tentación de tu piel desnuda pero evitando la distracción, los
cánticos asesinos de hermosas sirenas, y repitiéndome de paso seguro a paso
seguro como si fuese una oración. Mis ojos acarician la cima y mi aliento les
persigue escapando de un cuerpo encordado a una libertad enjaulada, que ansía
dejarse llevar por el viento intenso y flotar hasta perderse en el horizonte.
Cuando conquistas la cima, el dolor y el cansancio se desvanecen, y extasiado
gritas al cielo para descargar tanta adrenalina. Te sientes tan grande y tan
insignificante a la vez, con el alma henchida de orgullo y el lánguido cuerpo
deshecho en aquella panorámica tan espectacular, sin dejar que la mente se
pierda entre la euforia y siga en alerta para el descenso.
Conteniendo la respiración unos
instantes por no romper el silencio, escucho la palabra de Dios, su perdón, y
admiro maravillado el mundo desde sus ojos, alejado de cárceles de oro, de
libros cubiertos de polvo, de estatuas manchadas de sangre y culpabilidad, y
comprendo que no existe un lugar mejor en el mundo para creer.
SANTIAGO DE HEVIA
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