Es la calle más triste de toda la ciudad, llena de zapaterías y
canciones rotas. Por eso escogió ese rincón, como hace todo hombre que se
precie, para olvidar. Para guarecerse de miradas y sonrisas, para morir
lentamente sin recuerdos, un lugar donde a cualquier hora del día encuentre
sombra, silencio y frío. Su reloj se detuvo cuando sucedió, su corazón dejó de
latir, su alma se apagó, y ahora sobrevive sin vida, sin palabras ni sueños. Y
con la pena inundando cada bocanada de aire, cada pensamiento, partió hacia
ninguna parte.
Caminó hasta caer por derribo, con los ojos ya vacíos de lágrimas y con
la nostalgia de haber tenido todo y haber amado tanto. La soledad sin uno mismo
es despiadada, y devoró lo poco que quedaba de él. Y respirando casi por casualidad,
su cuerpo se fue alimentando de monedas que caen despistadas de fantasmas sin tiempo
ni voz. Inadvertido se fue consumiendo como la vela de un sagrario, y aunque ya
no podía perder nada, cada noche tiritaba de miedo, donde hasta las frágiles
estrellas y la suave brisa lo despellejaban dejando sólo su aliento quebrado.
Hoy hace ya tres años de eso.
Ahora le vemos todos los días sentado en el mismo rincón de siempre, con
el pelo oxidado y la sonrisa despeinada. Pero hay algo diferente, como si el
aire se pudiese respirar. El abismo de su mirada se ha estrechado, quizá la
herida se esté cicatrizando, y aunque el olvido le arrancó de cuajo el
presente, siempre hay recovecos para nuevos recuerdos, nuevos amaneceres. Una
joven con aspecto de paloma y experta en caminar, ahora cruza cada día por la
calle más triste de toda la ciudad dejando una estela de espejismos, de jóvenes
ilusiones aprendiendo a volar. Y cada día él soñará con verla, bailando sobre
la acera con el vestido de colores a juego con el brillo de sus ojos. Le
desnudará las manos y las abrazará con sus labios como si fuese la única forma
de sobrevivir. Y recuperando las lágrimas que había perdido, llorará por ella, agradecido
por poder volver a sentir.
De cada periódico emergerán versos, de cada cartón historias de amor, y del reflejo de una mirada que se cruza, un incendio capaz de abrasar vivo a cualquiera.
De cada periódico emergerán versos, de cada cartón historias de amor, y del reflejo de una mirada que se cruza, un incendio capaz de abrasar vivo a cualquiera.
Santiago de Hevia
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