Érase una vez una joven curiosa y algo entrometida, de cabellos
finos y dorados, que deambulaba por las calles observando todo, como si aquel
mundo que la rodeaba fuese ajeno a ella. Sus tristezas, sus inquietudes, sus
ilusiones, sin ningún atisbo de duda, no pertenecían a ese lugar ni a ese
tiempo. Se había pasado todos los años de su infancia soñando y per se, viviendo
en mundos imaginarios, que ya no reconocía el suyo como propio.
La muchacha fue creciendo,
intentando aparentar ser normal, pero no lograba encajar en esa época.
Aborrecía las conversaciones, las multitudes, los patrones de conducta tan
volubles y repetitivos, sin personalidad alguna. Trató de escapar, visitando nuevas
tierras, nuevos horizontes, buscando aquel mundo imaginario como una ave desorientada
que se ha perdido en medio de la tormenta.
No llegó a acostumbrarse a la vida
en su propio mundo, quería a su familia, cuidaba de sus amigos, pero sólo
hallaba verdadera paz cuando se refugiaba en sus libros, en el silencio de sus
pensamientos. Allí podía flotar, sentirse a salvo, rodeada de infinidad de
colores vivos, de agua, de estrellas, ni un ser humano ensuciando aquel
equilibrio. Iba y venía de un mundo a otro a su antojo, como si tuviese el
poder de desaparecer, de pasar inadvertida sin que la tachasen de loca,
insociable o inadaptada. Al menos no de momento.
Daba a la gente lo que necesitaban
de ella, y de manera discreta abría las páginas de un libro y discretamente se
desvanecía. Cada día le tocaba jugar con esa combinación, pero mientras pudiese
regresar a su mundo imaginario, podría afrontar lo que le esperase en el mundo
real. Es cierto que el miedo a despertar un día en el interior de aquella bola
de nieve, la inquietaba. ¿Y si no logro
salir? Se preguntaba cubriéndose con las sábanas.
¿Tan terrible era aquella vida? Quizá
no, pero ella no pertenecía a eso. Misteriosamente hablaba su lenguaje, pero no
comprendía su comportamiento, su mundo se encontraba demasiado lejos de todo
aquello. En ocasiones se entretenía analizando aquella extraña forma de vida,
pero otras, la detestaba. Y sólo sentía ganas de cerrar los ojos y escapar de
ahí.
Le gustaba la soledad, se abrazaba
a ella con muchísima ternura, le permitía abandonar este mundo cuando quisiese.
Pero también se sentía sola en ocasiones, incomprendida, como si estuviese
atrapada entre dos mundos y no pudiese formar parte de ninguno. Tampoco quería
formar parte de ellos, ni estar acompañada. ¿Quién sabría acompañarla? En ese
mundo no le interesaba ningún chico, todos eran de su tiempo, como es lógico, y
ella aborrecía eso. Y en el otro, no había ningún otro ser humano.
Le esperaba una vida yendo y
viniendo de un mundo a otro. Fingiendo ser de uno y escapando al otro.
Observando detrás del cristal como los copos no te rozan, como la vida pasa sin
esperarte, veloz ante tus ojos clavados.
¿Era un poder único?
¿Una maldición?
Nunca lo sabría.
SANTIAGO DE HEVIA
No hay comentarios:
Publicar un comentario