sábado, 8 de diciembre de 2018

La gaviota




Dibujaste cada surco de mi rostro, cada sombra, cada brillo.
Lavaste mis legañas cada mañana, diluyendo mis inseguridades y preocupaciones.
Izaste el velamen que empuja mi alma en busca de la verdad,
y continúa henchido por tu aliento.

Por ti conocí la luna en mi jardín,
la poesía, los cantautores de guitarra y bombín,
que los tesoros no son de oro y están llenos de polvo.  

Por ti aprendí a escribir sin pluma ni papel,
a mirar a los ojos sin asustarme,
a  confiar en mí, a levantarme,
y sin previo aviso echaste a volar,
persiguiendo los atardeceres que te estaban esperando.

Hoy, tus versos aún cicatrizan sobre mi piel mostrando una ruta de viaje, dónde debo ir.
Tus palabras calan en mí como la espuma se filtra sobre la arena, desnuda y sin costras.
Desenterrando opérculos que naufragaron como lágrimas resbalando por tu mejilla hasta la orilla, conmovida por el ir y venir de las olas, por su violenta fragilidad.

Los días siguen pasando,
no hay manera de frenar esto, de asimilarlo.
Sólo me queda la presencia de una gaviota sobrevolando mi cabeza,
su estela en el cielo,
saber que tras algún cúmulo escudriñas mi camino,
preparando tus alas blancas por si tropiezo.

Ella viene y va,
acompasando el recuerdo de aquellas olas que la visitaban.
Vuela libre, en ocasiones demasiado lejos,
y en ese instante te sientes perdido,
como el niño que escondes.  
Soltaste mi mano demasiado pronto.
Piensas abrazando su ausencia.
  
No estás solo. Escuchas
Y una leve brisa te quita la pena de una caricia.
Miras al cielo, la gaviota no está.
No estás solo. Repites aún algo asustado
Aprietas los puños y los dientes
  y la sombra de un ave cruza veloz la Tierra.
Estás ahí. Suspiras,
y sigues adelante.


SANTIAGO DE HEVIA

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