Estuvo sentado en la playa todo el día. Pasaban las horas, los aviones,
las olas, y él seguía sin comprender por qué permanecía aquí. Era un día de
esos en los que necesitas pensar y no puedes pensar nada, como cuando intentas
olvidarla y a cada rato te recuerdas que la tienes que olvidar, o como cuando te
haces las mismas promesas cada año nuevo. La incertidumbre y el tiempo siempre
han sido buenos amigos. Él sentía nostalgia por un mundo al que no pertenecía,
un mundo que era terriblemente hermoso, un mundo de poemas y libros donde su
espíritu se refugiaba en cada página y en cada verso.
Cada noche vivía un nuevo cuento, se dejaba llevar por la magia de las
palabras, y su mente podía enamorarse de aquel sueño. Los personajes eran tan
perfectos que las personas parecían espectros sin alma, como quien ve por la
calle millones de golondrinas emigrar al norte. Los árboles eran más verdes, el
agua más clara, los besos más sinceros, el cielo más azul. No había nada que
pudiese superarse a la imaginación. Como por la calle necesitas pisar realmente
el suelo, según dicen, había encontrado la forma de evadirse a través de canciones,
historias acompañadas por melodías apasionadas que la acarician y las hacen
jodidamente perfectas.
El problema aparecía cuando cerraba el capítulo y se enfrentaba con su
yo físico, era incapaz de entender qué estaba sucediendo a su alrededor, los
telediarios le asustaban, las miradas en las aceras se llenaban de odio, los
charcos habían perdido su reflejo. No se reconocía parte de ese mundo, estaba
perdido, se sentía un intruso que finge para no ser descubierto. Pero en el
fondo de su corazón él sabía la verdad, no había nada en la vida que
consiguiera despertar su interés. La televisión le resultaba repulsiva, tantos
muñecos aparentando y mancillando la condición humana. Las mujeres jugando a un
juego de intereses le parecían previsibles. Las discotecas infestadas de
cristales rotos, vómitos y lágrimas, le producían vértigo. Mientras su cuerpo
huía de sombras que creen haber perdido su dignidad, su mente sólo podía pensar
en volver para empezar el siguiente capítulo. Y mas que una adicción, se
convirtió en pura supervivencia.
Quizá no sólo le fascinaba la vida que transcurre en las historias,
quizá era la falta de vida lo que le hacía escapar a un mundo de ideas. Quizá
vivir el sueño era más interesante que lo que el mundo podía ofrecerle. Como
cuando sientes frío piensas en calor, quizá había tanta soledad en el mundo que
sólo podía sentirse comprendido entre las páginas de su vida. Y el muchacho sentado
en la playa, mientras pasaban las horas, los aviones, y las olas, siguió sin
comprender por qué permanecía aquí.
Santiago de Hevia
No hay comentarios:
Publicar un comentario